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Un estudio realizado en el Centro de Salud Deportiva de la Ohio State University en 2002 descubrió que el 17,5% de los atletas masculinos que practican deportes en los que la delgadez es una condición importante para el rendimiento mostraron síntomas de desórdenes alimenticios, en oposición al 9,2% de los atletas que practican otros deportes, como basquet, fútbol y hockey.
De acuerdo con la Stonewall Census & Survey de 2005, de los hombres encuestados (también se entrevistó a mujeres), el 33,3% contempló el suicidio y el 9,5% intentó cometerlo.
Viviendo a la sombra de Scarface
Curtis Stephen
Estados UnidosGALERÍACONVERSACIÓN
Era el año 1987 y yo tenía diez años. Mi hermano Mike y yo nos sentamos frente a la televisión. Habíamos bajado el volumen para evitar que mi madre escuchara la ominosa advertencia del locutor: “Se aconseja la discreción del espectador”.

Esos días nuestra dieta televisiva constaba de tres redes nacionales y un puñado de emisoras locales. El material picante solía emitirse durante el día, en el horario de las telenovelas, en lugar de en el horario central, cuando los programas familiares como “The Cosby Show” y “Family Ties” dominaban el éter.

Esa noche, sin embargo, Mike y yo estábamos por ver la película “Scarface”. Era la versión editada del ultraviolento éxito de taquilla. Como resultado, nos perdimos gran parte de los incesantes insultos, los desenfrenados tiros, el baño de sangre gratuito y las grandes ilustraciones sobre el tráfico de cocaína. Sin embargo, “Scarface” se volvió a emitir tantas veces que, eventualmente, armamos el rompecabezas. Para nosotros, no era tan emocionante como, digamos, “El regreso del jedi”. Era simplemente una película más.

Hoy, sin embargo, no hay escape de “Scarface”. El film es un crudo y trágico recordatorio de la crisis de identidad y la violencia que afligió al pueblo negro durante generaciones.

Dirigida por Brian de Palma y escrita por Oliver Stone, “Scarface” llegó a los cines de todo el país en 1983. La película, protagonizada por el icónico actor Al Pacino como el ficticio refugiado cubano que adoptó el alias de Tony Montana y emergió como la cabeza de un cartel internacional de drogas, levantó controversias desde su inicio y fue duramente tratada por los principales críticos de cine. Sin embargo, “Scarface” fue un éxito de taquilla para Universal Pictures y, desde entonces, se creó un culto de fieles seguidores.
Si das un paseo por las calles de los barrios predominantemente negros de Nueva York a Los Angeles, sin dudas, encontrarás a alguien que orgullosamente usa una camiseta con la imagen de Tony Montana blandiendo un rifle de asalto M-16. Muchos negocios de esas áreas exponen prominentemente afiches del DVD y en las revistas de hip hop hay avisos en los que se revenden las figuritas de Montana.

En los últimos años, la franquicia de marketing detrás de “Scarface”, que ahora incluye un videojuego éxito en ventas, se convirtió en una empresa lucrativa, que se concentra en los afroamericanos. Cuando en 2003 se lanzó un DVD conmemorativo para celebrar el vigésimo aniversario de “Scarface”, Def Jam Recordings produjo la banda de sonido que contenía 23 canciones, todas de artistas de rap populares. Pero esta promoción dirigida da cuenta solo de una parte de la duradera atracción que el film tiene entre muchos jóvenes negros. En última instancia, este apego desorientado se debe a algo mucho más inquietante. En 1986, el crack –una forma de cocaína más barata y mucho más potente– golpeó las calles y dejó un masivo rastro de destrucción que, décadas después, aún permanece visible en muchos vecindarios.

A pesar de los sobresalientes logros de las luchas civiles y por los derechos humanos de los 60, los 80 encontraron a los afroamericanos de los barrios marginados soportando la abrumadora carga de una fuerte recesión económica. Mientras el desempleo aumentaba, las múltiples facciones involucradas en el narcotráfico internacional se establecieron en las zonas urbanas de los Estados Unidos. El resultado fue una gran cantidad de calamidades catastróficas dentro de las comunidades negras, desde familias desestabilizadas y récord en índices criminales a una explosión de la población carcelaria y las indecibles cicatrices psicológicas de toda una generación.

Nunca olvidaré que, todos los días, con un amigo íbamos caminando a la escuela y nos topábamos con viales de crack usados esparcidos en la calle e identificamos notorias “casas de crack”, donde se sabía que se encontraban los usuarios y los dealers. Siendo un grupo históricamente alienado, decenas de hombres negros jóvenes, criados, cada vez más durante este período, en hogares de un solo padre, encontraron símbolos de virilidad para imitar en la calle, y no dentro de su hogar.

Para “Scarface”, en los últimos años, la industria del hip-hop probó ser el regalo que continúa rindiendo. Frente a las ampliamente difundidas críticas, la industria sostiene desde hace tiempo que ellos no promueven la violencia de las pandillas y el tráfico de drogas, sino que simplemente reflejan la realidad. Si quieres cambiar la letra de las canciones, dice el viejo dicho, cambia las condiciones sociales. Ciertamente, hay verdad en eso. Pero es difícil encontrar mucha realidad en los videos de rap o fotos de revistas que recrean infinitamente escenas de “Scarface” o que han celebrado a gángsteres acreditados de la vida real, como el difunto John Gotti.

Pero que tantos hombres negros jóvenes hayan mamado estos símbolos, tanto reales como ficticios, de un submundo teñido de glamour habla del vacío que existe en sus propias vidas y del impacto de la violencia que, desde hace tiempo, viene consumiendo su mundo. Irónicamente, “Scarface” termina con una nota de advertencia cuando un Montana aislado y abatido es acribillado a balazos dentro de su enorme mansión. Pero la impresión que queda de la película no es una efímera lección moral, sino la violencia en sí misma. En contra de la opinión pública, el respeto por las armas en los Estados Unidos no es exclusivo de ningún grupo étnico o racial en particular. En cambio, tiene sus raíces en la Segunda Enmienda de la Constitución de los Estados Unidos y fue reforzado por la Asociación Nacional del Rifle y una industria del cine que se ha servido de indelebles personajes duros, portadores de armas, como John Wayne, Charles Bronson y Clint Eastwood.

Sin embargo, ningún grupo ha sufrido lo peor de la mortal adicción de la nación a las armas de fuego tanto como los hombres negros jóvenes. Durante años, yo fui inmune. Al no conocer personalmente a alguien herido o asesinado en un tiroteo, era una rareza entre mis pares. Pero eso cambió repentinamente en 2003, durante mi cumpleaños número 26, cuando supe que un amigo y un hombre al que yo admiraba enormemente, un concejal de Nueva York llamado James E. Davis, había sido asesinado dentro de la Municipalidad, en Manhattan.

Davis, ex oficial de policía y también él un joven negro, pasó su vida construyendo el movimiento “Stop The Violence” y expresándose contra la industria del entretenimiento –incluyendo el marketing detrás de “Scarface”–, que él sentía que morbosamente se dirigía a la juventud. Su asesinato fue una pérdida terrible tanto para su familia como para las incontables vidas que tocó, incluyendo la mía. Y desde la epidemia del crack de los 80, esa sensación de pérdida se ha duplicado dolorosamente una y otra vez para innumerables familias afroamericanas de todo el país, donde un vertiginoso número de hombres jóvenes cayó víctima de la violencia de las armas.

En muchos niveles, el estado de cosas es bastante inquietante. Pero si hay algo que me brinda consuelo, es el fuerte trabajo que muchos jóvenes negros iniciaron a nivel nacional para aconsejar y guiar a aquellos de la generación más joven. Algunos son bien conocidos, como Ras Baraka, un escritor y concejal de Newark, Nueva Jersey; o Kevin Powell, el autor y activista que recientemente condujo la gira nacional “State of Black Men in America”; y el actor Hill Harper, cuyo libro de 2005 Letters To A Young Brother (“Cartas a un hermano joven”) es un recurso inspirador y enriquecedor para los jóvenes adultos de hoy.

Si me saliera con la mía, las camisetas que usan los hombres negros jóvenes con Tony Montana en la espalda serían reemplazadas por camisetas con las imágenes de genuinos baluartes que desafiaron a la sociedad: la difunta activista y dramaturga Lorraine Hansberry. Ella escribió “A Raisin in The Sun” (“Una pasa bajo el sol”), la obra hito de 1959 que produjo uno de los más fascinantes retratos de un hombre negro que se haya presentado en Broadway y, más tarde, en el cine, cortesía de Sidney Potier. Este año, ABC tiene programado emitir una adaptación original de “A Raisin in The Sun”. ¿Y quién sabe? Quizás, en algún lugar de los Estados Unidos, un adolescente negro impresionable la mire junto a su hermano mayor antes de irse a dormir.

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Clinton Findlay
Australia
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ahhhh, gender differences.... annoying!
I recently saw the IMOW (online International Museum of Women) February conversation/collection… "Young Men".
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