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Find out about Women for Women International's work to help women survivors of war become self-sufficient and active participants in their communities.
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ESTADÍSTICAS: |
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| • | Mujeres y niñas constituyen casi el 35 % de las víctimas de las minas, heridas mientras van a buscar forraje para los animales, cruzan los campos de cultivo o realizan sus tareas diarias. | | • | La abrumadora mayoría de los 3,3 millones de muertes durante la guerra civil del Congo (1998-2002) no fue resultado directo de la violencia, sino de la desnutrición y las enfermedades exacerbadas por la guerra. | |
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Pasé los primeros diez años de mi vida en Camboya.
Tengo hermosos recuerdos de mi infancia allí, antes de que mi familia fuera obligada a salir de la ciudad en una evacuación masiva hacia el campo.
Camboya siempre será dueña de mi corazón y mi alma. Antes de la guerra, mis primeros años estuvieron llenos de inocencia, magia y vida en familia. Y ahora en algún lugar del suelo camboyano yacen los restos de mis padres. Imagino que sus almas vuelan por ahí libremente. Hace poco compré una pequeña parcela en Camboya. Sueño con volver algún día, construir una cabaña en mi tierra y vivir ahí.
Tenía 25 años cuando volví por primera vez, de paso desde la Conferencia de Mujeres de Pekín. Tuve que volver a visitar Camboya para iniciar el proceso de sanación y para superar el miedo que llevaba en mi corazón, mi mente y mi alma. Si dejas un país destrozado por la guerra, te llevas las imágenes de esa guerra contigo. Pero cuando volví, vi que las cosas eran muy diferentes. Regresar a Camboya me permitió no solo reunirme con mis lazos sanguíneos, sino también con mi cultura. Aunque ya no están conmigo, también sentí que me reconectaba con mis padres a través de sus espíritus tan ligados a la tierra. Fue un viaje profundamente espiritual. Ahora, después de alrededor de 20 viajes, reemplacé muchas imágenes de la guerra con nuevos y maravillosos recuerdos.
Regresar cambió mi vida. Cuando volví de mi primer viaje, supe que quería dedicar mi vida a trabajar con temas relacionados a Camboya y la crisis de las minas terrestres. En el curso de meses, dejé mi trabajo como abogada en un refugio para víctimas de violencia doméstica, hice mis maletas y me mudé a Washington. Encontré la Fundación de Veteranos de Guerra de Vietnam, y me contrataron como vocera para la Campaña Mundo Libre de Minas Terrestres (CLFW, por su nombre en inglés).
Mi misión actual es darle a la gente que sobrevivió a la guerra la oportunidad de sobrevivir en tiempos de paz. Desde 1980, me vi beneficiada de vivir en los Estados Unidos. En primer lugar, no tuve que pelear contra soldados, no sentí hambre, no morí de enfermedades curables ni fui despedazada por minas terrestres. En los Estados Unidos, no había dudas de que sobreviviría en tiempos de paz. EEUU me dio un lugar y amo estar aquí. Amo a mis amigos, la generosa gente con la que trabajo, la cultura y la libertad. Hay tantas cosas que están “bien” aquí.
Pero también amo a Camboya. En Camboya, hace falta todo un pueblo para criar a un niño. En el pueblo de 2.000 habitantes en el que vive mi hermana casi todos se conocen. Los vecinos cuidan de los hijos de los demás. Cualquier padre puede decirle a cualquier niño “no te metas esa piedra en la boca”. Las puertas de madera están siempre abiertas. No hay ventanas de vidrio que encierren cuartos sin aire.
Cuando volví, visité el pueblo de mi hermana. Hay muchas dificultades en el pueblo, pobreza, y no hay suficientes negocios para el sustento. La gente es pobre y se gana la vida a duras penas. La vida de la ciudad también puede ser difícil con el sida, la industria del sexo y la corrupción. Me gustaría comprometerme con otras luchas también, pero no puedo. Trato de ayudar, de conectar a la gente y hago lo que puedo por las otras batallas, pero elegí la mía: la lucha contra las minas terrestres.
Lo que más extraño de Camboya es mi familia. ¡Y la comida! Extraño levantarme a la mañana y encontrar un humeante plato de sopa de fideos. Extraño comer frutas directamente del árbol. Extraño el agua de lluvia y la gente que encuentra alegría en su caída libre. Extraño a la gente que baila y canta solo porque llueve y porque no tienen que caminar kilómetros para buscar agua. Extraño el lenguaje no verbal, el comunicarme sin palabras. Extraño a las mujeres realmente unidas y tomadas de las manos, y a los hombres que se preocupan por el otro y se dan abrazos. Extraño poder alzar a los niños y besarlos con afecto. Extraño la visión de cinco pequeñas cabañas que venden exactamente lo mismo: lo esencial. A quién le compres dependerá de la relación que tengas con él. Los competidores suelen ser amigos y no hablan mal de los otros.
Extraño la música. Las maravillosas e inolvidables notas de la flauta que toca el corazón y que hace mover hasta las piedras de las ruinas del templo de Angkor Wat. Extraño a los niños que nunca han conocido la guerra. Extraño las campanas –campanas en los brazaletes, en los anillos, en las tobilleras, los cencerros– el sonido de esas campanas, eso es música para mí.
Sueño con el día en que Camboya sea más sana y feliz, tanto espiritual como económicamente. Espero que los camboyanos reciban la ayuda financiera que necesitan para hacer su camino hacia el progreso. Espero que las heridas causadas por los fantasmas de las pasadas guerras se curen. Para los seres humanos, la curación es un proceso natural, y los camboyanos están lentamente tomando consciencia de su curación. Creo que la primera generación de bebés nacidos sanos después de la guerra nos está ayudando en este proceso.
Creo que Camboya está aprendiendo a vivir en colores otra vez. En los tiempos de Khmer Rouge, nos hicieron usar pantalones y camisas negras. Era como si el país hubiese estado de luto durante cuatro años. Negro era el uniforme en nuestra prisión sin paredes, negro era el terror que atravesaba nuestros corazones cuando los soldados venían por nuestros padres, negra era la tierra bañada con la sangre de los inocentes y negros eran los silenciosos centinelas de la muerte en forma de minas terrestres esparcidas en nuestra hermosa tierra. Pero nosotros, los sobrevivientes, estamos aprendiendo a usar ropas coloridas y a usarlas sin temor, con orgullo y con fortaleza. Nuestros colores vencerán al negro.
Todos nosotros tenemos el increíble poder de traer color al mundo.
Pero no podemos hacerlo solos. Solo soy una persona, pero juntos, en cantidad, podemos trabajar para construir poderosas campañas que marquen la diferencia en el mundo actual.
(Relatado a Ramya Ramanathan, Editora Internacional, World Pulse Magazine)
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