Las modelos de esas revistas no son reales. No son las mujeres que ves por la calle todos los días. La mayoría de las mujeres no será nunca lo suficientemente alta o delgada como para ser modelo. ¡Con mi escaso 1,60 m, nunca podré cumplir con la estatura requerida de 1,70 m y, ciertamente, he tenido mis buenas peleas con el peso!
Fui una niña gorda y esa asociación con ser gorda desde una edad tan temprana siempre será una carga con la que tendré que lidiar. Nunca estaré libre de mi lucha con la comida. Tengo que aceptar que, por el resto de mi vida, enfrentaré el desafío diario de hacer elecciones alimenticias sanas.
Siempre traté de llevar una vida sana. Incluso en mi etapa más pesada, cuando era realmente grande, contraté un entrenador personal y mantenía una rutina de ejercicios. Tenía que caminar verdaderamente lento y, eventualmente, llegué al punto de que incluso eso me resultaba difícil. Para mí, ser tan gorda era algo terrible. No podía ir al baño y secarme sin que me diera un calambre. No podía atarme los zapatos sin que me dolieran las costillas. Incluso quedarme parada se convirtió en un calvario: tenía que moverme cada cinco segundos a causa de la inmensa presión que tenía en la espalda. Tenía un dolor crónico. Con ese peso y ese estado de salud, no me sentía feliz ni emocionalmente ni espiritualmente; todo me dejaba exhausta.
Sabía que si quería seguir viviendo, si quería ser feliz, tenía que hacer un cambio. Para mí, ese cambio fue someterme a una cirugía de bypass gástrico. No me hice la intervención para amar mi cuerpo; me la hice para salvarme la vida, para prolongarla, para ser más sana y disfrutar de todas las ventajas de ser de un tamaño normal. A lo largo de todo el proceso, nunca me cuestioné quién era como persona; simplemente, no me gustaba mi cuerpo. Lo odiaba.
Pasé de una vida de dolor -físico y emocional- a una vida de libertad. Verdaderamente, sufrí un cambio dramático. ¡Era fabuloso y mucho más divertido! No recuerdo haberme sentido tan sensual o atractiva como después de la cirugía.
Después de bajar de peso, me sentía con energía y joven, como si flotara. Podía hacer lo que quisiera. Me sentía muy bien con mi cuerpo, me sentía realizada. Pero, aunque era maravilloso, todavía no sabía cómo manejar mis sentimientos hacia el cambio que estaba atravesando. Siempre me sentí cómoda siendo yo y me amaba, pero ¿y mi cuerpo? No sabía cómo amar a mi cuerpo.
Poco después, me convertí en el ícono de la cirugía y en un ejemplo de cómo perder tantos kilos. Fue demasiado. Me empecé a sentir responsable por cada persona que luchaba con su peso. No pude manejarlo. Me asusté mucho y empecé a pensar "Dios, ¿ahora qué? Perdí todo este peso, ¿ahora qué?". Así que empecé a beber. Antes de la cirugía, usaba la comida para esconder mis sentimientos; después de la cirugía, eso estaba fuera de discusión, así que usé el alcohol.
Bebía muchísimo vodka y vino y, eventualmente, mi peso empezó a subir. Comenzó con cinco kilos por año durante un par de años, lo que agregó 10 kilos a mi peso ideal. Fue tan fácil para mí convertirme en alcohólica porque tenía esas tendencias y era susceptible a la adicción en general. Bebía más y más para cubrir todas las nuevas emociones que estaba sintiendo; no sabía cómo manejar mi nuevo cuerpo y la nueva vida que él me daba. Estaba saboteando algo que me estaba saliendo bien.
Por suerte, volví a estar sobria dos semanas antes de descubrir que estaba embarazada. El embarazo significó otro desafío para mi peso. Ya estaba por encima de mi peso ideal. Para el momento en que tuve a mi bebé, había subido un total de 40 kilos. Fue un momento muy difícil para mí; no quería subir tanto, pero tenía que responder a las necesidades de mi cuerpo. Ya no se trataba de mí o de alguien más: se trataba de lo que el cuerpo me decía que necesitaba y quería. Eventualmente, dejé de hacer ejercicios y pronto me di cuenta de que, si mi cuerpo ansiaba un bocadillo, ¡tenía que dárselo! Tenía que satisfacer las necesidades de mi cuerpo.
Me uní a Celebrity Fit Club no solo porque quería estar más sana, sino porque también quería mostrarle a la gente la realidad de una cirugía de bypass gástrico. No era una píldora mágica y no era una cura para mi enfermedad: la obesidad. Sin embargo, es una herramienta y, si no la uso todos los días, subo de peso.
Mi lucha con el peso me enseñó varias cosas y hoy es lo que trato de inculcarles a otras mujeres. Mi peso me mostró lo importante que es abrir los ojos a lo que es real y saludable para mí y mi tipo corporal. No puedo controlar lo que sientan los demás por mí o mi cuerpo. Tengo que estar orgullosa de mí. Sé quién soy: soy una persona cariñosa con buenos valores y corazón generoso. Eso es lo importante para mí; no mi cuerpo, cuánto peso o cómo me veo. Lo que transmitimos es lo que nos viene de vuelta. Así que, si decimos que somos feas o desagradables, así es cómo vamos a sentirnos respecto a nosotras mismas. En cambio, necesitamos abrazar nuestros cuerpos y nuestra feminidad y apreciarnos como criaturas espectaculares que pueden crear vida en su interior.
Creo que es maravilloso que las mujeres vengan en diferentes formas, tamaños, colores, personalidades y culturas. En última instancia, todos somos seres humanos. Nos necesitamos unos a otros para sobrevivir. Solo deseo que la gente sea más generosa.