Lo único que quedaba para identificar a las víctimas era la ropa. Los sobrevivientes y los familiares buscaban e identificaban a sus seres queridos, reducidos a un escombro de huesos, simplemente basándose en su vestimenta.

Viendo en mi televisión ese documental sobre algo que sucedía del otro lado del mundo, pude identificar la nacionalidad de distintas personas que estaban enterradas en esa tumba simplemente mirando el estilo y los colores de sus ropas.

La ropa se convierte en parte del cuerpo de las personas y en parte de sus recuerdos. La ropa me dice lo que la gente solía ser y me recuerdan sus historias personales y sus vidas.

Para este proyecto, junté ropa de los armarios de mis amigos para tejerme un ataúd. Esta ropa pertenecía a gente que conozco bien y con las que compartí intensas emociones, tanto felices como tristes. Quería estar rodeada de estas ropas, que habían tocado sus cuerpos y que habían presenciado parte de sus vidas. Además de conectarme con mis seres queridos, esta ropa me conectaba con nuestras propias prácticas y tradiciones kurdas.  

Tejiendo este capullo o, más bien, nido a partir de toda esa ropa, quería crear un monumento que me hiciera acordar de esas trágicas muertes en Irak. Quería crear un monumento físico que inmortalizara este recuerdo que nunca debemos olvidar.