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ESTADÍSTICAS:
Según el informe de 1999 de UNICEF del Fondo para la Infancia de las Naciones Unidas, en Bostwana, el 47 % de los hogares están encabezados por mujeres; en su mayoría, solteras.
Según el Informe sobre Desarrollo Humano 2007 de UNICEF, cuando las mujeres no participan de las decisiones respecto los ingresos del hogar y otros recursos, ellas y sus hijos tienen más probabilidades de recibir menos comida y de que se les niegue servicios esenciales de salud y educación.
Una carta para mi hija
Flavia Goncalves
BrasilGALERÍACONVERSACIÓN
Alabar y reflejar las acciones de mujeres que están rompiendo tradiciones, transformando tabúes o simplemente sobresaliendo en sus campos nos ayuda a sentar las bases de un mundo mejor y más respetuoso para nuestras hijas. El problema es que, a nivel individual, muchas mujeres no creen poseer lo que hace falta para ser un modelo a seguir. Yo, sin ir más lejos, era una de ellas.

Las mujeres únicas son únicas porque creen en lo que defienden. Si puedo hacerle llegar este mensaje solo a mi hija, consideraré que mi trabajo está hecho.

***

Querida hija:

Tu nombre es Luma. Proviene de la palabra latina “lumen” y significa luz, iluminada, chispa de vida. De donde vengo, “dar a luz” significa dar vida. Sin embargo, en nuestro caso, creo que fue al revés. En el milagroso momento de tu parto, yo nací verdaderamente.

Supe que estabas creciendo en mi interior unos días antes de Navidad. Aunque no practico ninguna religión en particular, creo que me fuiste enviada como un don. Los instintos maternales que no imaginaba que tenía aparecieron inmediatamente; te convertiste en mi única razón de ser.

La primera vez que escuché latir tu corazón, temblé de emoción. Cuando te vi en la primera ecografía, lloré. Estaba en un constante estado de felicidad. A medida que crecías en mi interior, mi panza se hacía más grande. Recuerdo una noche en particular: estaba en la cama leyendo, cuando de repente deslizaste tu pequeño pie a través de mi panza. Puse mi mano en el lugar donde te había sentido y pateaste de nuevo. Habíamos descubierto un juego que jugábamos bastante, ya que eras una bebé muy activa. Cuanto más grande se hacía mi panza, más feliz y más linda me sentía.

Salvo por haberme sentido somnolienta al principio y durante los últimos meses, el embarazo fue muy fácil. Como me sentía bien y todo parecía estar yendo bien, tu padre y yo le preguntamos al doctor qué posibilidades había de tener un parto natural. El médico nos apoyó mucho. Estuvo de acuerdo con que estaba teniendo un embarazo normal y saludable y que nuestras probabilidades de tener un parto natural exitoso eran grandes.

¿Dolor durante el parto? Sí, no pensé en eso. Supongo que eso se le cruza por la cabeza a toda mujer embarazada. Probablemente, algún día, cruzará por la tuya. Miedo al dolor. No podía hacer nada respecto al dolor, pero sí podía hacer algo sobre el miedo, y lo hice. Encontré una entrenadora en hipnoterapia aplicada al trabajo de parto y seguí dedicadamente sus indicaciones, todos los días, muchas veces por día. Sabía que ella podía ayudarme.

La hipnoterapia, o hipnosis, no es otra cosa que un profundo estado de concentración. Practiqué meditación y relajación. Repetí mis afirmaciones (una larga lista de creencias) mañana, tarde y noche. Trabajé en inspiraciones largas y profundas. Mi confianza se hacía más fuerte cada día y el miedo desapareció.

Me encontré con el escepticismo y la desaprobación de varios amigos y familiares. Primero, muchos no sabían qué era la hipnosis y se mostraban escépticos ante mi intento. Segundo, la forma de parto que elegí causaba alarma; después de todo, en Miami, la mayoría espera cesáreas. El índice de cesáreas de Miami está entre los más altos de los Estados Unidos y los países desarrollados. Mis amigos y familiares de San Pablo estaban desconcertados. ¡La tasa de cesáreas allí es la mayor del mundo! Fue una decepción que algunos trataran de desanimarme contándome historias sobre partos horribles y que otros me dijeran que no sería capaz de soportar el dolor, que simplemente no podría hacerlo. La verdad, Luma, es que no lo sabía. No podía saber cuál sería el resultado. Pero no me desanimé.

En este punto, debes estar pensando qué valiente y valerosa es tu mamá, pero no lo era. Aquí es donde entras tú. Durante toda mi vida, casi nunca me llevé el crédito por mis éxitos, o creí en mi capacidad y, peor aún, muchas veces no me defendí cuando debería haberlo hecho. Pero, en este caso, lo hacía por ti. Sin pestañar, por ti, lo haría mil veces. Una nueva yo había sido concebida. Un mundo de posibilidades se abrió para mí.

Si bien mi doctor estaba genuinamente a favor de la forma de parto que había elegido, supe demasiado tarde que sus colegas en el consultorio no estaban de acuerdo. Por lo tanto, decidí cambiar de médicos. Como el embarazo estaba muy avanzado, nadie se arriesgó a tomar mi caso. Estaba decepcionada, por supuesto, pero, sin embargo, decidida. Así que di un salto de fe. Tenías ya 36 semanas cuando dejé el consultorio.

Nos puse a ambas, a ti y a mí, al cuidado de Miriam, nuestra partera. Sentí un alivio inmediato en el momento que pisé el centro de maternidad. Miriam era cariñosa y calma, y nunca era condescendiente. Sintió empatía con mi situación y estuvo dispuesta a ayudarme, incluso si eso significaba encontrarme otro doctor. Sentí que Miriam era la persona correcta y me quedé con ella. Para hacer las cosas aún mejores, Miriam ofrecía la posibilidad de realizar partos en el agua, una opción que me resultaba muy atractiva.

Tenías 40 semanas y media, estabas en posición y muy bajo, pero aún bastante cómoda dentro. Para ayudarte, daba largas caminatas, fregaba la bañera y nadaba todos los días. Hasta que, un día, mis vueltas en la piscina se vieron interrumpidas por una presión en la panza que no se detenía. Calmadamente, le dije a tu padre, que estaba nadando en el carril de al lado, que había llegado el momento. Volvimos a casa, me di una larga ducha, tu abuela juntó las cosas que necesitábamos llevar y, después de que Miriam controló mi progreso, todos fuimos al centro de maternidad.

El ambiente de nuestro cuarto en el centro de maternidad era perfecto: era tranquilo, había una música relajante, las luces eran tenues y había algunas velas encendidas. Me senté en la cama y me concentré en largas y profundas inspiraciones, y pronto me dormí. Sí, me dormí. Cuando finalmente me desperté, las contracciones casi no tenían interrupción y eran muy intensas. Era el momento de meterme en el agua y, apenas lo hice, sentí la diferencia.

Era realmente consciente de mi cuerpo, de ti y de los cambios que ocurrían rápidamente. No obstante, perdí la noción del tiempo. Durante los descansos entre las contracciones, me relajaba tanto que caía en un sueño profundo y hasta soñaba. Tu abuela me sostenía la cabeza mientras yo me dejaba llevar. Tu padre era mi lazo con un estado regular de consciencia; me mantenía hidratada, me acariciaba la panza. Nunca sentí dolor, salvo por un par de veces que tuve que hacer pis; primero, porque la fuerza de gravedad fuera del agua era tremenda; segundo, porque no podía concentrarme al mismo tiempo en las contracciones y en hacer pis. Por lo demás, todo estaba pasando como me lo había imaginado.

Cuando sentí que era el momento, le pedí a tu padre que llamara a Miriam. Tu abuela ya se había puesto en posición: mi espalda contra ella, sostenía mi cabeza y me acariciaba el cabello. En ese momento, tu padre se metió en el agua enfrente de mí. Me describía la evolución de tu nacimiento, su voz temblaba de éxtasis. A veces, la emoción se apoderaba de él y solo podía decir “Dios mío, Dios mío”. Su felicidad y su orgullo me daban fuerza. Miriam fue también una persona clave, como ella también era hipnoterapeuta, sabía cuándo estaba perdiendo la concentración y me hacía volver. Todos trabajamos juntos.

Cuando estuviste lista para salir, las manos de tu padre estaban ahí para recibirte. Luego te puso sobre mi pecho. Nunca supe que podía amar tanto. Mientras te abrazaba y te miraba cautivada, tu abuela me susurró al oído: “Tu hija y tú nacieron exactamente a la misma hora: 4:10 AM”. Sonreí ante la coincidencia y me dije a mí misma que tú me habías dado una segunda oportunidad para vivir de verdad. ¡Estaba tan orgullosa! Tan orgullosa y feliz.

Si tuviera que describir en pocas palabras cómo se sintió tu nacimiento, diría que fue la experiencia física y espiritual más intensa que tuve jamás. Una experiencia de tanto empoderamiento que aún resuena. Soy una persona diferente. Vivo la vida al máximo. Doy la bienvenida a los desafíos, enfrento mis miedos y aprovecho las oportunidades. Aunque todavía soy humana. A veces tengo miedo, a veces fracaso y a veces me equivoco. Así que perdóname porque te fallaré. Cometeré errores, pero prometo amarte siempre. Te prometo que trabajaré todos los días para ser una persona mejor y más fuerte de lo que era ayer. Te prometo ser un modelo para ti, para que puedas crecer y convertirte en una mujer fuerte y segura. Te prometo vivir mis sueños, porque quiero que tú vivas los tuyos.

Te ama,
Mamá.

Mi historia da cuenta de lo que podemos hacer o en lo que podemos convertirnos si creemos verdaderamente en nosotros mismos. Describe lo que pasa cuando nos liberamos de los juicios externos y las creencias preconcebidas. En mi caso, creer en mí provocó una reacción en cadena de logros personales. Después de dar a luz a mi hija en forma natural, en el agua y sin dolor, cuando muchos de los que me rodeaban consideraban que era imposible, me embarqué en otras actividades desafiantes. Empecé a correr y me convertí en corredora de maratones y en atleta de triatlón. Actualmente, me estoy entrenando para la competencia half ironman (1,9 kilómetros de nado, 90 kilómetros de bicicleta y 21 corriendo). También volví a estudiar y tomé clases de arte. Planeo florecer en el mundo artístico. Por último, después de 20 años, volví a escribir.
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