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Una plegaria para nuestras madres
Sanja - IMOW

Bosnia – Herzegovina

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Estoy conduciendo por el camino, y el camino es recto. Es recto y gris. Es recto y gris y, a la izquierda, está el mar y, a...

Salgo del camino hacia la derecha y el pavimento se termina. El auto se arrastra sobre los guijarros y estaciono en una nube de arena. Me quedo sentada y veo cómo la arena se asienta en mi parabrisas y afuera nada está en foco. Me quedo sentada mientras sobre el parabrisas se forman húmedas huellas en forma de caracol y trato de ver a través de ellas.

Salgo. Todo está en foco otra vez. Ahí está la cueva grande y, en la pequeña que está sobre ella, la Madonna sonríe, sus manos en plegaria. La cueva grande está en llamas. Las cambiaron. Son más gruesas. Tres o hasta cuatro veces más gruesas. Y ya no son blancas.

Vinimos un día. Caminamos, como los peregrinos, pero teníamos zapatos y el camino no fue difícil. Caminamos por el costado de la autopista, mientras pasaban los autos. Íbamos de la mano. Nos tomamos de la mano durante tanto tiempo que olvidé que tenía su mano en la mía. Caminamos en silencio. Entonces, vimos una serpiente muerta al costado del camino. Su cuerpo seco y duro. Como almendras tostadas y azúcar.

Continuamos. Pasamos la estación de servicio que está fuera del pueblo. Caminamos bajo pinos y a través de serpientes muertas y con bocinas de autos y faros brillantes. Nos tomamos de la mano y caminamos en silencio.
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